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Favorite crime (Baji/Chifuyu)

Belladonna

janetdcab

NdA: estaba yo dudando si actualizar ya o esperar para cuando terminase de escribir el capítulo siete, pero al final he pensado "mira, el siguiente capítulo del spin-off está al caer y, una vez lo publiquen, pasaremos varios días sin tener ojos para nada más", así que aquí estoy <3

Subiré el próximo capítulo entre el 15 y el 18 de agosto, ya que el 19 me voy de viaje con el churri y hay un par de asuntos que quiero finiquitar antes de marcharme Ü ¡Nos leemos abajo!

Por alguna razón, el trayecto hacia el exterior del hospital le resulta mucho más corto que el que tuvo que hacer para llegar a la sala de espera.

Quizá sea porque en esa ocasión no se pierde y, por ende, tampoco se detiene a pedir indicaciones. Tal vez sencillamente se deba a que ya no está solo.

Baji se deja guiar por la mano con la que su madre lo tiene sujeto del hombro, anclándolo al mundo. Agradece que no lo suelte mientras recorren en silencio los asépticos pasillos de la clínica. Sin ser realmente consciente de que sus piernas se mueven. De que es él quien les está dando la orden para que caminen.

Las palabras del cirujano rebotan contra las paredes dérmicas de su canal auditivo, como un disco rayado.

"Pueden estar tranquilos; hemos conseguido estabilizarlo. En breve lo trasladaremos a la sala de reanimación".

Lo ha conseguido.

Chifuyu lo ha conseguido.

Días después del enfrentamiento contra Moebius, Mikey le había confesado a Baji que, tras escuchar que Draken había sobrevivido a la operación, había notado cómo su cuerpo se volvía más liviano, hasta quedarse prácticamente hueco, de modo que espera experimentar una sensación similar al saber que la intervención a la que Chifuyu ha tenido que someterse ha sido todo un éxito.

Aguarda por la euforia arrasadora que debería sacudirlo como una descarga, pulverizando ese lastre plomizo que lleva un par de horas hundiéndole las garras en el esternón.

Espera, espera y espera.

Nunca llega. La euforia, la tranquilidad, la sensación de que el peligro ya ha pasado. Nada. Ni siquiera es capaz de sentir alivio.

Continúa sumido en ese estado de hipervigilancia propio del estrés postraumático, como si su subconsciente no le permitiese bajar la guardia y quisiera prepararlo para encajar una mala noticia. Que Chifuyu tarda demasiado en despertarse, que es alérgico a alguno de los fármacos que le han suministrado, que acaba de sufrir amnesia o una parada cardíaca o yo qué sé.

Yo qué sé.

Necesita ver a Chifuyu con sus propios ojos para convencerse de que va a ponerse bien. Comprobar que puede hilar tres o cuatro palabras seguidas y respirar con normalidad.

"Quédate conmigo. Por favor, quédate conmigo".

La última vez que le escuchó hablar sonaba como si tuviese las vías respiratorias encharcadas. Baji jamás olvidará ese sonido acuoso y ahogado. Sin duda, lo más escalofriante que ha escuchado nunca. Se le eriza el vello de los brazos solo de pensarlo.

"Siempre".

Está tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera se da cuenta de que acaban de dejar el vestíbulo atrás, traspasando las puertas automáticas.

La brisa nocturna de Shibuya les revuelve el cabello azabache con su caricia fría y gentil. A su lado, su madre deja escapar un suspiro que debe llevar un rato conteniendo. Se detienen frente a una máquina expendedora que debe haber recibido un golpe (a juzgar por la fisura que surca la mampara de plástico), pero que aparentemente funciona.

—¿Quieres un café? —le pregunta su madre, intentando hacerle cosquillas en la quijada con el pulgar. Tratando de discernir cómo se encuentra—. ¿Chocolate caliente? No has comido nada desde el mediodía.

Baji niega con la cabeza. Su reacción instintiva pasa por contestarle "estoy bien". Se lo piensa un poco mejor. Tiene que aprender a ser un poco más honesto con las personas que lo quieren.

—Quizá un poco más tarde —le responde, optando por omitir que podría vomitar todo lo que se lleve a la boca en esos momentos—. ¿Crees que lo subirán a planta? A Chifuyu.

Su madre tuerce la boca, y ese simple gesto basta para que Baji intuya cuál va a ser su contestación.

—Lo dudo —inquiere, apartándole un mechón de pelo negro de la cara y colocándoselo tras la oreja. Tratándolo con una delicadeza inusual—. Ha perdido mucha sangre. Es probable que pase la noche en observación —Baji asiente con sequedad. Comenzando a resignarse—. Menos mal —repone en voz baja, como si llevara mucho tiempo sin ver a su hijo, y acabaran de reencontrarse tras un largo viaje—. Es la primera vez en dos semanas que te escucho hablar de él.

Baji aspira una bocanada de aire. Cambia el peso de un pie a otro. La vista fija en la hilera de botellas de agua que tiene justo delante, iluminada por el haz intermitente y blanquecino de la máquina.

Si hubieras estado dentro de mi cabeza te habrías hartado.

—Voy a buscar a Mikey y a los demás para contarles cómo ha salido todo —anuncia con cierta aspereza—. No tardaré mucho.

En un gesto de aquiescencia, su madre le propina un par de palmaditas en el hombro antes de soltarlo.

—Estaré en la cafetería. Sayuri dijo que vendría en cuanto saliese de la sala de reanimación —le hace saber—. Voy a ver si encuentro una mesa para los tres.

Baji imagina que hay mucho que su madre quiere preguntarle. Si está al tanto de lo que ha ocurrido esa noche. Qué es lo que realmente ha pasado entre Chifuyu y él. Qué piensa hacer con Kazutora de ahora en adelante.

Dos años atrás lo había acribillado a preguntas nada más salir de la comisaría, zarandeándole de las solapas de la sudadera, al borde de la histeria. Hipando frenéticamente. Sollozando "Dios mío, ¿qué has hecho? Dios mío" al tiempo que Baji se sorbía las lágrimas y temblaba como una hoja, disculpándose una y otra vez. Temiendo que lo odiase. Que lo echara de casa. Que le levantara la mano. Esperando que lo hiciese, porque era el único que había salido indemne de aquel maldito incidente, y era lo que se merecía.

Iban a encerrar a Kazutora, Shinichirō estaba muerto y el resto de su familia acababa de sufrir una pérdida irreparable. Los Sano. Siempre tan hospitalarios. Las puertas de su residencia abiertas de par en par para todos los descarriados. Un anciano, una niña y un niño que iban a tener que enterrar a un chaval de veintitrés años. Un nieto. Un hermano. Shinichirō era todo eso y más, muchísimo más. Y ya no estaba.

Qué hemos hecho, joder.

Y luego estaba él: Baji se había librado de todas las consecuencias adversas. Ni un solo rasguño. Tampoco pisaría el reformatorio. Tenía el corazón hecho pedazos y, aunque en aquel momento lo desconocía, había comenzado a incubar una depresión que no pararía de agravarse hasta conocer a Chifuyu. Esto no es nada, solía repetirse para sus adentros. Sin verbalizar ni una sola queja. Aquello no era nada comparado con cómo debía sentirse Mikey. Absolutamente nada.

En ese momento, no obstante, su madre se limita a darle un beso en la frente y a alejarse en dirección a la cafetería anexa al edificio principal. Dándole espacio. Dispuesta a posponer la conversación que necesitan tener hasta que Baji esté listo para afrontarla.

Baji encuentra a sus amigos en las inmediaciones del aparcamiento de la clínica, apiñados alrededor de sus motocicletas. Cuenta a poco más que una docena de personas haciendo cuencos con ambas manos y soplando dentro para mantenerlas calientes. El resto se ha marchado.

Mitsuya debe haber dado la orden de retirada hace varios minutos.

Divisar a Emma y a Hina a ambos lados de Takemichi le quita un peso de encima. Han podido ocultar la CB205T de Mikey y salir ilesas de la perrera abandonada que el líder de la pandilla suele usar cuando quiere intercambiar información con alguien.

Bien.

Que Kisaki esté hablando con Hina mientras la chica sostiene sus gafas rotas y lo escucha con atención no le hace mucha gracia, pero tampoco puede atar un pedrusco al tobillo del chico y arrojarlo al río. No con tantos testigos. Se pregunta si Kazutora conocerá alguna forma eficaz de deshacerse del cuerpo sin dejar rastro.

Al percatarse de su presencia, todos se giran hacia él.

Emma levanta el pulgar en su dirección con gesto interrogante.

¿Todo bien?

Baji da una cabezada seca.

Todo bien.

—¿Qué tal ha ido? —le pregunta Mikey, cruzado de brazos. Cauteloso.

Baji es bastante escueto dando explicaciones. Cuantos menos detalles sepa Kisaki, mejor.

La operación ha salido bien. Han trasladado a Chifuyu a una sala cercana al quirófano para que recupere el conocimiento mientras se le pasa el efecto de la anestesia, y es probable que pase la noche en la Unidad de Cuidados Intensivos.

—Gracias al cielo —bufa Mitsuya, pasándose una mano por el rostro cubierto de raspones—. Menudo susto nos ha dado.

—Sabía que lo conseguiría —Mikey esboza una sonrisa poco pronunciada. La sangre se ha secado sobre su piel, adquiriendo una tonalidad oxidada. El muy idiota debe haberse negado a recibir atención médica hasta que el último miembro de su pandilla se encuentre a salvo—. También os digo una cosa: vaya racha de mierda llevamos, ¿no? Primero apuñalan a Ken-chin en agosto y ahora a Chifuyu —se vuelve hacia Draken, ampliando la sonrisa—. Cuando reciba el alta deberíais plantearos formar un club.

Mikey —le advierte Draken, sereno. Frunciendo los labios con desaprobación.

—¿Qué? Tú puedes ser el presidente y Chifuyu el vicepresidente —razona, pensativo—. Y si Osanai también se apunta ya tenéis tesorero y todo.

—¿En serio, Mikey? —le reprocha Emma, indignada—. ¿Te parece que este es el mejor momento para hacer bromas?

—La única pega que le veo es que si solo fuesen Chifuyu y Draken se podrían llamar Los ApuñalaDOS, pero con Osanai serían tres y el juego de palabras perdería la gracia.

Draken y Emma lo fulminan con la mirada, pero Smiley ya se ha echado a reír, haciendo añicos la atmósfera tensa que lleva toda la tarde consolidándose entre ellos. Las facciones del resto se relajan un poco ante sus carcajadas. Algunos, como Hakkai y Peh, incluso se animan a sonreír un poco.

Baji lleva semanas sin reírse. Tardará unos días en volver a hacerlo. Sin embargo, la opresión que lleva instalada en su pecho desde mediados de mes se afloja considerablemente al escuchar las tonterías de Mikey y contemplar el semblante risueño de varios de sus amigos.

—¿Se sabe cuándo podrá recibir visitas? —pregunta Takemichi, esperanzado.

—Todavía no —admite Baji—. Me reuniré con mi madre y con la señora Matsuno dentro de un rato. Os avisaré de cualquier novedad.

Los demás asienten, conformes. Mutō, no obstante, enarca una ceja en dirección a Kisaki.

—Alegra esa cara, Kisaki —le suelta, en tono monocorde—. Deberías estar contento. No hemos tenido ninguna baja.

Eso es precisamente lo que más le fastidia.

Baji evita establecer contacto visual con él. Concentrado en refrenarse antes de escuchar su respuesta. Sabe de antemano que no va a gustarle.

—Eso es cierto —concuerda Kisaki, sin variar la expresión de disgusto—, pero han herido de gravedad a uno de los nuestros —apunta. Tiene la desfachatez de sonar alicaído—. Sé que la pelea ha quedado inconclusa, pero que ninguno de nosotros haya podido evitar lo que le ha sucedido a Chifuyu se parece mucho a una derrota.

Baji ha encajado puñetazos en la boca del estómago que le han cortado el flujo de aire de forma mucho menos violenta que las palabras de ese desgraciado.

Cómo te atreves.

Le hormiguean las palmas de las manos. La rabia lo consume por entero.

Cómo te atreves a pronunciar su nombre.

Sabe que no puede agredirle. Lo sabe de sobra.

Cómo te atreves a fingir que estás preocupado por él.

Dios, podría despedazarlo vivo. Ni siquiera tendría que esforzarse. Bastaría con dejar salir toda la animadversión que ha acumulado durante días; esa marejada ingobernable y tempestuosa que hace que Mikey y Draken se lo piensen dos veces antes de dejarle a cargo de miembros nuevos y débiles. Quebradizos. Porque comprenden que si le proporcionan el pretexto adecuado, Baji puede atacar a uno de los suyos, como también saben que contra el enemigo le hace falta mucho menos que eso para ser implacable.

Eres tú quien quería que uno de nosotros muriese esta noche. Seguramente habrías preferido que fuésemos Tora o yo, o ambos, pero Chifuyu habría sido un premio de consolación bastante decente, ¿verdad? Por eso te jode tanto. Te jode en el alma que los tres hayamos escapado de esta con vida.

Se obliga a respirar hondo, relegando todos sus impulsos a un segundo plano. No. Esa vez no puede precipitarse. Kisaki le ha demostrado que no es una persona a por la que se pueda ir de frente. No se le pueden enseñar las cartas que uno pretende usar contra él, ni tampoco declararle guerra abierta.

Si quiere neutralizarlo, tendrá que ser mejor de lo que fue mientras estuvo infiltrado en Valhalla. Menos impulsivo. Más soterrado, aunque ese no sea su estilo. Baji puede convertirse en lo que haga falta con tal de proteger a sus amigos.

—Que Chifuyu haya sobrevivido a una puñalada como esa es un indicativo de nuestra fuerza —replica con calma. Captando de inmediato la atención de Kisaki—. Debería ser un motivo de orgullo para todos nosotros —dice, consciente de que suena como si estuviera retando a los demás a llevarle la contraria—. Lo es para mí.

Lo ha admitido pocas veces. Que está orgulloso de su vicecapitán. Muchas menos de las que debería.

—Ya veo —comenta Kisaki, acercándose a él con languidez—. Debo admitir que tenía mis dudas acerca de tu lealtad, Baji, pero cuando te vi socorrer a Chifuyu en el desguace me quedó claro que sigues... apreciándole —reconoce, tras buscar un término apropiado—. Incluso estuviste dispuesto a acabar detenido con tal de quedarte junto a él —chasquea la lengua, deteniéndose frente a Baji con una mirada ilegible—. Tuvo que ser difícil para ti darle una paliza delante de toda esa gente.

Si Baji fuese receptivo a lo que sucede a su alrededor, vería a Draken arrugando la nariz por el rabillo del ojo. O a Mikey abriendo la boca para intervenir.

Da un paso al frente, plantándole una mano en el hombro a Kisaki. Ejerciendo la presión justa para no partirle la clavícula.

—Es lo más difícil que he hecho en mi vida —confiesa, exteriorizándolo por primera vez ante todos ellos—. Renegar de él. Renegar de los míos —incrementa la fuerza de su agarre sobre el hueso hasta que el chico comienza a fruncir los labios, reprimiendo una mueca de dolor—. Gracias por proteger a Mikey. Reconozco que yo tampoco estaba seguro de tus intenciones, pero hoy he podido comprobar de qué pasta estás hecho —dice, arrastrando las palabras. Sin romper el contacto visual—. Eres uno de los nuestros, Kisaki. De ahora en adelante, tienes toda mi atención.

El chico hace el amago de levantar el brazo, Baji imagina que para quitárselo de encima, de modo que lo suelta, dejándolo con la mano suspendida en el aire. En aras de disimular el desplante, Kisaki se la tiende casi a regañadientes.

Baji se la estrecha. Sonriéndole con mordacidad.

—Lo mismo te digo, Baji —masculla el chico, devolviéndole una sonrisa tirante—. Tú también tienes toda mi atención.

Cuando su madre y él llegan a casa, hace rato que la medianoche ha quedado atrás.

Debería estar al límite de sus fuerzas, pero no tiene sueño. Al contrario. Podría pasarse la noche barriendo la casa, retirando las flores marchitas de los jarrones que hay repartidos por todas las habitaciones, limpiando el polvo o arreglando la cisterna del servicio. El tipo de tareas domésticas que le gusta hacer cuando no le apetece estudiar, pero quiere mantenerse ocupado y esquivar posibles regañinas que empiezan con un "¿tú no tenías examen de matemáticas mañana?" y terminan con un "pues tú verás" lapidario por parte de su madre.

Se desviste en el cuarto de la colada, quedándose en calzoncillos y comprobando la cesta de la ropa sucia antes de meter el pantalón, la camiseta y el jersey de Shinichirō en la lavadora, junto a un montón de prendas oscuras. Para bien o para mal, tanto en su vestuario como en el de su madre predominan el negro, las distintas gamas de gris, el azul marino y el púrpura.

Se da una ducha deliberadamente larga tras verter un tapón de suavizante e iniciar el programa. Rumiando la conversación que había tenido con su madre y con la señora Matsuno en la cafetería, después de despedirse de sus amigos. Liándose una toalla a la cabeza y dándole vueltas a todo lo que Sayuri les había contado mientras se deja caer en el sillón con restos de humedad en el cuello.

La mujer parecía otra cuando se había reunido con ellos al salir de la sala de reanimación. Aunque Chifuyu estaba exhausto y necesitaba descansar, había podido intercambiar unas palabras con ella, y eso había sido suficiente para hacerla rejuvenecer diez años.

"Ha preguntado por ti".

Eso había sido lo que le había dicho a Baji. Había evitado mirarlo mientras hablaba, absorta en remover su café con la cucharilla, como si una parte de ella quisiera omitir aquella información. Que no lo hubiera hecho resultaba bastante alentador, teniendo en cuenta que ahora mismo no quería verlo ni en pintura.

Chifuyu es de lo que no hay.

En serio. A quién se le ocurre preguntar por otra persona nada más recuperar el conocimiento tras salvar el culo de milagro en una operación de vida o muerte.

Pues a él, a quién va a ser.

La revelación le hace más ilusión de la que debería.

Chifuyu le ha demostrado por activa y por pasiva lo importante que es para él. Incluso se ha jugado el pellejo con tal de protegerlo. A Baji. A él, que siempre le ha revuelto el pelo con brusquedad, un deje de fastidio y un "¿? ¿Protegerme a ? Tienes agallas, Chifuyu". Incluso le advirtió que participaría en la pelea contra Valhalla con el exclusivo propósito de traerle de vuelta a la Tōkyō Manji, lo cual hizo que el corazón le diese un vuelco, porque por entonces Baji ya llevaba varios días temiendo que quizá Chifuyu le odiase, quisiera perderle de vista o, como mínimo, se sintiese desencantado con él.

A esas alturas no debería albergar dudas acerca de la resistencia de su vínculo, especialmente después de lo acontecido esa noche, pero escuchar de boca de la señora Matsuno que lo primero que le ha venido a la mente a Chifuyu una vez pasados los efectos de la anestesia ha sido él surte un efecto burbujeante sobre su riego sanguíneo.

"He decidido seguir a Keisuke Baji. No importa lo que pase, ¡este sentimiento jamás cambiará!".

Sonríe con la vista fija en el techo. Recordando la lluvia bajo la que Chifuyu le había hecho aquella promesa que por entonces le había parecido descabellada. Qué dice este tipo. Menudo fastidio. Recordando todo lo que había pasado después.

Sayuri le había permitido ir a visitarlo al día siguiente, una vez que terminaran las clases. Se sorprende a sí mismo preguntándose si debería dirigirse a la clínica directamente o si sería mejor que pasase por casa primero. De esa forma podría quitarse el uniforme y cambiarse de ropa.

Como si tuviera sentido preocuparse por nimiedades como esas.

En qué estoy pensando.

—Entre unas cosas y otras, al final tampoco has cenado —apunta su madre, sobresaltándolo al tomar asiento junto a él y encender la tele, reprimiendo un bostezo. El cigarrillo de rigor colocado de manera estratégica tras la oreja, esperando a ser encendido. Más inquieta de lo que aparenta.

Baji se percata de ello al verla fallar tres veces consecutivas intentando encender el mechero. Cuando por fin lo consigue, prende el cigarrillo y exhala una calada larga con gesto ausente.

—Ya —claudica, soplando en su dirección para disipar la nube de humo—. Últimamente no tengo mucha hambre.

Es la verdad. Debería, pero no tiene hambre ni sueño. Solo una maraña palpitante incrustada en la parte alta del abdomen.

—Me he dado cuenta.

Su madre parece más cansada de lo habitual. Lleva años compaginando dos empleos durante épocas que pueden abarcar varios meses seguidos o, en su defecto, doblando turno en una misma empresa. Camarera. Dependienta. Limpiadora. Incluso pasó dos años arrimando el hombro en la construcción. Si había un puesto vacante, Ryōko Baji podía cubrirlo. Esa noche, no obstante, es como si todos los sacrificios que ha hecho a lo largo de la última década le estuvieran pasando factura.

—¿Sabes, mamá? —empieza. Por toda respuesta, su madre lo mira. Aguardando—. Echo la vista atrás, pienso en todas las decisiones que he tomado durante las últimas semanas y creo que me he equivocado en todas ellas —suspira, frotándose la contractura del hombro—. Me da rabia, porque mientras las tomaba pensaba que estaba haciendo lo correcto.

Hace mucho que no se sincera con ella. No recuerda cuándo fue la última vez.

—Tocar fondo es bastante jodido, sí —repone su madre, tras una breve pausa—, pero es mejor eso que estrellarse, porque cuando tocas fondo puedes volver a subir, pero si te estrellas... —opina, encogiéndose de hombros—... si te estrellas se acabó el juego, Keisuke. Así de claro.

Baji asiente.

—Quiero intentar enmendar algunas de las cosas que he hecho mal. Todas las que pueda.

Su madre le devuelve una sonrisa descreída.

—Fenomenal —admite, pagando el cigarrillo en el cenicero—. ¿Qué te parece si empiezas por dejar de saltarte comidas y por no ocultarme cosas que debería saber?

—Mamá, voy a cumplir diecisiete años —le recuerda Baji, arrugando la nariz—. Tengo que ocultarte cosas. Es por tu propio bien, hazme caso.

—No te estoy pidiendo que me lo cuentes todo —matiza, clavando la vista en las brasas rojizas que se extinguen bajo los posos de ceniza—, solo que me pidas ayuda cuando la necesites. Cada vez estás más cerca de la mayoría de edad, así que entiendo que creas que tienes la responsabilidad de resolver la mayoría de tus problemas tú solo, y también que tengas miedo de mezclarme en ellos por lo que pueda pasarme —al hablar, pasa las yemas de los dedos por las flores que lleva tatuadas sobre la muñeca, y que se extienden por su brazo izquierdo hasta llegar al hombro—. Yo también fui así hasta que me marché de Belladonna. Traía a los abuelos por la calle de la amargura —bufa, pasándose la mano por el pelo—. Conozco perfectamente cómo funcionan las pandillas.

—Lo sé.

Rara vez hablaba de su pasado como líder de Belladonna.

La pandilla femenina por antonomasia de Shibuya durante finales de los setenta y mediados de los ochenta.

Baji sabía lo mismo sobre ella que podían saber Mikey, Draken o cualquiera que tuviese un conocimiento mínimo sobre las agrupaciones callejeras del distrito. Sabía que habían brindado protección frente a agresiones físicas a las prostitutas de la mayoría de barrios de la ciudad, y que ese había sido el principal motivo por el que habían protagonizado violentas escaramuzas contra la Yakuza que se habían saldado con varias bajas por parte de ambos bandos.

También sabía que se habían hecho llamar Belladonna en honor a una planta altamente venenosa, desde la raíz hasta sus pétalos, la cual se había asociado a las brujas durante la Edad Media y había ocasionado que a menudo se refirieran a ellas como Las brujas de Shibuya.

Las integrantes de mayor rango recibían el alias de una flor o una planta con propiedades letales y se lo grababan bajo la nuca. En el caso de su madre, había llegado a ser más conocida por su seudónimo que por su nombre real.

Nerinder. La contracción de nerium olander; una planta que daba flores de una tonalidad magenta muy vistosa, y que estaba considerada por numerosos expertos como la más venenosa del mundo.

Shinichirō había palidecido cuando Ryōko había acudido al dōjō para recoger a Baji una tarde de verano particularmente sofocante y la brisa del atardecer había hecho que su melena ondease durante poco más de dos segundos. El chico se había quedado boquiabierto al distinguir la forma y el número de pétalos que se abrían sobre la letra "N", formando un grácil paraguas floral.

"NO ME JODAS".

Se había llevado a Baji aparte, víctima de un shock brutal ("¿Nerinder es tu madre? ¿La Nerinder de Belladonna? ¿Y no nos lo habías dicho? ¿SE PUEDE SABER QUÉ PASA CONTIGO?"). Una vez superada la conmoción inicial, había logrado hacer acopio de valor y pedirle un autógrafo al que Ryōko había accedido con cierta reticencia, dibujando una flor de belladona en la camiseta de algodón que el chico le había tendido.

Se había tatuado una como esa en el brazo izquierdo (atrompetada, de una tonalidad que oscilaba entre el rosa y el malva) por cada compañera que había perdido.

Aparentemente, su padre había tratado de convencerla por activa y por pasiva de que disolviese la pandilla, sin éxito. La había dejado poco después de que Ryōko se quedase embarazada, bajo la justificación de negarse a soportar que se pusiera en peligro a sol y sombra, "y encima estando preñada, Dios mío, un día de estos vas a conseguir que te maten". Si había sido una sorpresa mayúscula que Ryōko decidiera continuar con el embarazo en solitario tras la ruptura, el hecho de que renunciara al liderazgo de Belladonna había provocado un verdadero maremoto en los suburbios de Shibuya.

Tras su partida, la pandilla había resistido unos pocos meses antes de comenzar a desintegrarse, y eso era algo que a día de hoy seguía pesando sobre su conciencia. Tener que elegir, a sabiendas de que escogiera lo que escogiese, habría alguien a quien dejaría desamparado. Su hijo o su causa.

Una vez hubo puesto sus asuntos en orden, se había asegurado de borrar sus registros antes de abandonar la ciudad y poner rumbo al pueblo en el que se había criado. De vuelta a casa de sus padres, quienes la habían recibido con la mandíbula desencajada y se habían pasado una semana entera celebrando su regreso por todo lo alto, como si no pudieran imaginar nada mejor que la perspectiva de esperar un nieto por parte de su única hija, a la que volvían a tener bajo su techo, tras un montón de intentos infructuosos por convencerla de que se fuera a vivir con ellos.

Baji había pasado sus primeros años en el pueblo, hasta que hubo que escolarizarlo y Ryōko consideró que era seguro volver a la metrópolis con los ahorros que había logrado reunir gracias a varios trabajos a tiempo parcial.

Una de las primeras cosas que hizo a su regreso a la ciudad fue apuntarlo al dōjō de los Sano, para que su hijo aprendiese artes marciales de manera oficial. Había aprendido muchos movimientos a base de imitarla a ella, pero era mejor que tomase recorte de un profesional. Allí, Baji había conocido a Mikey y a Emma.

Después del nacimiento de su hijo, Ryōko se había hecho un único y último tatuaje. Otra flor, para variar. Solo una. Pequeña y de pétalos negros como la noche.

Un tipo de violeta muy peculiar denominada Molly Sanderson.

Se la había tatuado sobre el corazón. Simbolizando su punto débil y, al mismo tiempo, su mayor fortaleza. Había llorado más durante esos últimos dos años que en toda su vida. Los abuelos de Baji se lo habían contado. Que su madre habría preferido que no siguiera sus pasos, que le había frustrado muchísimo ser conocedora de algunas de las peleas en las que se metía y que su involucración en la muerte de Shinichirō la había destrozado, porque le había hecho cuestionarse la educación que le había proporcionado. Los valores que había tratado de inculcarle. La vida que le había dado.

"Conozco perfectamente cómo funcionan las pandillas".

"Lo sé".

—Pues si lo sabes, confía un poco más en tu madre —concluye Ryōko en tono grave—. Especialmente cuando creas que tienes entre manos un problema sin solución. Puede que me haya retirado —dice, formando un mohín con los labios—, pero eres mi hijo, y si hay algo o alguien que suponga para ti una amenaza mayor de la que puedes enfrentar solo —entorna la mirada, plateada como el mar en plena tormenta—, entonces habrá que ver si también puede conmigo.

Durante un primer instante, ninguno de los dos añade nada más.

Tal y como ha dicho su madre, ambos conocen las reglas de la calle. Saben que en la cima de esa pirámide normativa prima la máxima de no enredar a la familia en los asuntos de las pandillas. Lo saben mejor que nadie.

Lo sabe mejor que nadie, pero está harto de intentar solucionar los rompecabezas más complejos por su cuenta. De ir siempre un paso por detrás de Kisaki y de confiar la resolución de todos esos conflictos a la fuerza bruta y la intuición. De actuar como si todos ellos supieran realmente a quién se enfrentan cuando no son más que un puñado de críos jugando a ser la versión juvenil de la Yakuza.

De qué sirve que mantenga al margen de todo esto a mi madre para no hacerla llorar si un día de estos acabo en la morgue.

—Kazutora estuvo más de un año recibiendo tratamiento. Después de que lo encerraran —dice, muy despacio—. Me consta que llegó a mejorar bastante. Nos lo contábamos todo por correspondencia —aclara, porque siempre se cercioró de que su madre no supiera que se escribían. Por eso redactaba las cartas en el instituto e iba a la oficina de correos una vez que terminaban las clases—. Chifuyu me ayudaba a corregirlas antes de enviarlas.

Esa última anotación hace que las comisuras de la mujer se estiren un poco y que su expresión se ablande de manera momentánea, pese a la desazón que le genera no haber estado al tanto de una información de ese calibre.

—Típico de él.

—La cuestión es que yo no fui el único que le escribía —prosigue Baji—. Hace unos meses, un tipo llamado Hanma comenzó a cartearse con él —suspira, recordando el cambio radical que la conducta de Kazutora había sufrido desde entonces—. A partir de ahí, todo fue de mal en peor. Le lavó el cerebro por completo.

—Vale —asiente su madre, recobrando la seriedad—. ¿Y quién es ese chico?

—El número dos de Valhalla. La pandilla a la que Kazutora y yo nos unimos, y contra la que ToMan ha luchado hoy. Da la casualidad de que se lleva muy bien con uno de nuestros capitanes: Kisaki —comenta con amargura—. Es probable que tras la derrota de hoy, la Tōkyō Manji absorba a Valhalla y ese desgraciado pase a ser su vicecapitán —añade—, lo que me hace pensar...

—... ¿que la intención de ese tal Kisaki siempre fue fusionar a las dos pandillas? —aventura, sombría.

Tan ágil como de costumbre.

—Precisamente.

La mayoría de sus conocidos se llevaría las manos a la cabeza si supiera lo que está haciendo. "¿Hacer partícipe a tu madre de las movidas que se están montando en la pandilla? ¿Y te haces llamar capitán de división?". ¿Honestamente? Ha llegado a un punto en el que los convencionalismos le importan una mierda. Por mí pueden irse al diablo.

Puede que no aprendiese la lección (no la adecuada, al menos) tras la muerte de Shinichirō, pero todavía está a tiempo. Chifuyu le ha dado la oportunidad de hacerlo, y Baji no piensa malgastarla. Su madre acaba de pedirle abiertamente que coma tres o cuatro veces al día y que cuente con ella para solventar los problemas que no sabe cómo resolver por su cuenta. Y eso es justamente lo que piensa hacer. Sin medias tintas.

Nunca se le han dado bien los términos medios. Baji es una persona de extremos, y la situación amerita actuar con cierta radicalidad.

—Keisuke —susurra su madre, tras cavilar durante un momento. La comprensión calando poco a poco en sus facciones—. ¿Tuviste que superar una prueba de valor para unirte a Valhalla?

Y entonces vuelve a pensarlo. Lo que ha pensado en tantísimas ocasiones.

—Sí.

Mi madre está aquí.

NdA: si en el capítulo cuatro tocó que Baji tuviese una conversación con su suegra, me parecía apropiado que en este la tuviese con su madre. SO, ahora que el muchacho ya ha hablado con ambas, puedo confirmarlo: su reencuentro con Chifuyu tendrá lugar en el próximo capítulo. A partir de ahí, puede decirse que la historia arrancará de manera definitiva. ¡Siento haberte hecho esperar!

Una última cosa: es poco probable que la mamá de Baji haya estado enredada con pandillas en el canon, pero me apetecía mucho construirle un background como ese. Lo digo porque seguramente a medida que avance el spin-off el OoC se vuelva más y más notorio en ese sentido. Espero que no te importe c':

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