
La noche anterior, los hermanos Kawata se habían despedido de ellos antes de la hora de cenar, y él se había quedado dormido junto a la cama del hospital mientras Chifuyu leía
Posdata: te quiero en voz lo suficientemente alta para que Baji pudiese escucharlo.
"
Gerry se había ido y jamás regresaría", había entonado. El libro abierto sobre su regazo y el flequillo rubio recogido.
"Esa era la realidad. Nunca volvería a acariciar la suavidad de su pelo, a intercambiar en secreto una broma con él durante una cena con amigos, a lloriquearle al llegar a casa tras una dura jornada en el trabajo porque necesitaba algo tan simple como un abrazo; nunca volvería a compartir la cama con él, ni la despertarían cada mañana sus ataques de estornudos, ni reiría con él hasta dolerle la barriga, nunca volverían a discutir sobre a quién le tocaba levantarse para apagar la luz del dormitorio. Lo único que le quedaba eran un puñado de recuerdos y una imagen de su rostro, que día tras día iba haciéndose más vaga".
Baji había experimentado una sensación agridulce a medida que el ojo visible de Chifuyu se deslizaba sobre las líneas que tenía delante, inmerso en la lectura. Baji había tenido ideas muy similares a aquellas durante la noche de Halloween. Se había preguntado cómo iba a seguir adelante si Chifuyu no sobrevivía a la puñalada y, al igual que Holly, también había rememorado pequeños retazos de cotidianidad compartida entre ambos. En su momento, le había descolocado un poco que su memoria se centrara tanto en ellos. En todos esos retazos aparentemente intrascendentes. Ahora lo entendía un poco mejor. Son como granitos de arena, todo lo que Chifuyu y él han vivido juntos. Por separado quizá no parezcan gran cosa, pero si uno deja que se amontonen acaban formando una duna desde cuya cima puede verse un mundo entero.
Quizá no sea del todo normal. Escuchar a una chica atravesando el principio de un luto devastador tras perder a su marido y sentirse identificado con ella. Observar cómo Chifuyu se mordisqueaba el labio inferior al cambiar de página, sentirse afortunado de golpe y pensar "gracias por seguir respirando".
No quiere ni imaginarse la cara que pondría Mikey si tuviese acceso a sus pensamientos.
Baji había apoyado los codos en el colchón, cada vez más y más somnoliento. Para poder contemplarlo hasta que el sueño le ganase la partida.
Un par de horas después, Sayuri le había despertado entre susurros. "Lo siento, Keisuke. Hoy se me ha hecho tarde". Eso le había parecido entender. El trato que le profesaba distaba mucho de ser el mismo que antaño, pero al menos había comenzado a dirigirle frases de más de tres sílabas. "Descuida", había musitado, incorporándose y lanzándole una última mirada de soslayo a Chifuyu. La expresión apacible y laxa. Las pestañas rubias y largas. Los labios entreabiertos. El pelo revuelto.
Había echado de menos verle dormir.

El sábado a las ocho de la mañana, su madre lo arrastra a una cafetería cercana con toda la energía que a Baji le falta después de haberse desvelado recorriendo (a pie y a altas horas de la noche) el trayecto que separaba el hospital de su barrio.
Cuando su madre y él salen de casa, las calles aún están sumidas en esa quietud plácida que bautiza los fines de semana. La claridad despunta a través de las superficies acristaladas, brillante y prometedora. Otoñal.
—Vas a quedar con Manjirō y con los demás al mediodía, y luego te pasarás toda la tarde en el hospital —se excusa, colgándose de su brazo mientras saca las gafas de sol de su bolso—. Una madre tiene derecho a pasar tiempo con su hijo el día de su cumpleaños, aunque sea durante el desayuno.
Baji opta por no contradecirla. Se ajusta sus propias gafas de sol entre bostezos.
Estando ya sentados frente a sendos cafés, no obstante, todo resquicio de sueño se evapora de su organismo en cuanto su madre se yergue, aclarándose la garganta antes de entonar a grito pelado una versión del tradicional "CUMPLEAÑOS FELIZ" que guarda mayor similitud con el rock japonés metropolitano que con una melodía infantil.
Por si fuera poco, lo graba todo con el móvil.
—Mamá,
siéntate —sisea, tirando de la manga de su suéter púrpura. Sin saber dónde meterse—. Mira que me piro a casa y te quedas aquí sola, ¿eh?
Para colmo de males, las luces del local se apagan y una de las camareras se acerca a ellos con un plato rebosante de esas tortitas esponjosas que infestan los anuncios de la tele; apiladas, bañadas en sirope y coronadas por dos velas. Una en forma de uno y otra en forma de siete. Diecisiete años.
Diecisiete años aguantando a la tirana que tiene por madre. Hay personas a las que la guerra les curte. O la enfermedad. A él le ha curtido su madre.
—¡VAMOS! ¡TODO EL MUNDO!
Como era de esperar, el resto de la clientela se va sumando a los cánticos entre risitas desconcertadas y brazos levantados con vasos de zumo y tazas de té o café, dejándose guiar por la mujer, quien los dirige a todos como si portase una batuta invisible.
—¡PORQUE ES UN CHICO EXCELENTE, PORQUE ES UN CHICO EXCELENTE! —corean a destiempo, todo risas y somnolencia matutina—. ¡Y SIEMPRE LO SERÁ!
Baji se apresura a soplar las velas para que todo ese circo concluya cuanto antes. Sin detenerse a pensar en un deseo.
—A los abuelos les va a encantar —dictamina su madre, muy pagada de sí misma. Ejecutando dos reverencias agradecidas en respuesta a los aplausos de ese público improvisado antes de volver a tomar asiento frente a él. Examinando el vídeo sin bajarle el volumen al teléfono—. Y a tus amigos también. Es una pena que no se puedan enviar vídeos por SMS, pero qué se le va a hacer. En parte prefiero tenerlos delante cuando lo vean, así que...
—Muy bien, mamá. Ya te has reído —gruñe Baji, llevándose el tenedor a la boca de muy malas maneras—. ¿No tienes nada más que hacer hoy o qué?
—Claro que sí, pero puede esperar —contesta su madre, dándole un sorbo a su expreso sin azúcar—. ¿Me acompañas a comprar cuando salgamos de aquí? Quiero dejarle la comida hecha a Sayuri. Con todo el tema del juicio, la pobre ni siquiera tiene tiempo para cocinar.
Baji deja de masticar momentáneamente.
Es la primera vez que su madre lo menciona. Que habrá un juicio.
Un juicio en el que se decidirá el futuro de Kazutora. A pesar del ajetreo que impregna la semana en curso, Baji piensa en ello a menudo. Sabe que Chifuyu se comunica a diario con su abogado. Que podría preguntarle qué cree que va a pasar. También sabe que si lo hiciera, Chifuyu se lo diría sin pestañear.
Por eso no se lo pregunta. Le ha pedido
tanto durante esas últimas semanas. Le ha hecho pasar por tantísima mierda que no tiene corazón para volver a recurrir a él. Y menos aún a sabiendas de que la proposición que Baji piensa hacerle a Mikey dentro de un par de horas lo involucra directamente. A Chifuyu. Una jugada precipitada, sin duda, pero van contrarreloj y le consta que Kisaki ya está moviendo ficha. Tienen que anticiparse a él como sea.
¿Qué va a decirle? "Oye, Chifuyu, sé que Kazutora se ha pasado de la raya contigo (y por pasarse de la raya quiero decir que te ha humillado públicamente y ha estado a
esto de matarte) pero, ¿te importaría no ser muy duro con él en el juicio?".
Ni de coña.Baji ya lo ha advertido. En no pocas ocasiones. Ha intentado no darle muchas vueltas, pero se ha dado cuenta. De que Chifuyu es capaz de hacer sus propios sentimientos a un lado con tal de cumplir con las expectativas que cree que Baji tiene sobre él. De proteger sus intereses o ayudarle a cumplir sus objetivos. De
sacrificarse por él.
Se ha dado cuenta, y puede que haya habido veces en las que se ha aprovechado de ello. Puede que haya sido así, pero no quiere seguir haciéndolo. Abusar de su lealtad. Contribuir a que Chifuyu piense que le importa menos de lo que le importan Mikey o Kazutora. Pedirle que se trague el dolor, el miedo y el resentimiento y sea benevolente en su declaración para que uno de sus mejores amigos no cumpla una condena demasiado larga. Volver a pasar por encima de él con tal de facilitarle un poco las cosas a Kazutora.
No
puede hacerlo.
Y, por muy difícil que le resulte admitirlo, tampoco está del todo seguro de que
quiera hacerlo. Kazutora ha intentado matarlo. Podría haber matado a Chifuyu. Por accidente. Y lo ha atacado a un nivel extremadamente personal.
A propósito. Valiéndose de información sensible que Baji le había contado sin pensar (ni por asomo) que pudiese utilizar como arma arrojadiza, y que Kazutora había extraído de conversaciones cotidianas como las que Baji podía tener con su madre, Mikey o el propio Chifuyu.
"Entonces, ¿él tampoco tiene padre?". Kazutora le había formulado aquella pregunta mientras ojeaba con interés el álbum de fotos más reciente que Baji tenía en su estantería, con la excusa de ponerse al día de todo lo que se había perdido durante su cautiverio.
Se había detenido sobre una instantánea en la que Chifuyu sostenía a Peke J mientras el gato intentaba desembarazarse de su agarre apoyando las patas en el rostro contrariado del chico. A su lado, Baji se partía de risa con los ojos cerrados y, tras ellos, Sayuri los abrazaba a ambos. Todos ataviados con idénticos gorritos cónicos de color celeste, celebrando el decimoquinto cumpleaños de Chifuyu.
"Falleció poco después de que Chifuyu naciera". Aquella había sido la contestación de Baji. Sin entrar en detalles. "Un gran hombre, su padre".
No supo interpretar la mirada que Kazutora le había dirigido tras aquella afirmación. Puede que ahora esté comenzando a entender su actitud. Un poco tarde. Es un arma de doble filo, lo de poder detectar las intenciones hostiles que acechan a la ToMan o calar a gentuza como Kisaki. Lo de ser así de perceptivo con sus enemigos, pero bajar la guardia con sus amigos.
Tampoco es que su ingenuidad lo exculpe, porque el daño ya está hecho, pero le preocupa que Chifuyu pueda pensar que ha sido intencional. Baji la ha
jodido. A base de bien. Se mire por donde se mire. Y ni siquiera tiene ni idea de cómo sacarle el tema.
Mierda, Tora. Somos un puto desastre.—Keisuke —lo llama su madre, recobrando la seriedad al verle la cara—, ¿en qué piensas?
Baji contempla las velas a medio derretir, a un lado de su plato. Sobre la servilleta.
—En nada —suspira—. Se me ha olvidado pedir un deseo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunta Chifuyu esa misma tarde al verlo traspasar el umbral de la puerta. Boquiabierto.
Baji ladea la cabeza, frunciendo el ceño. Haciendo tintinear los collares que se ha puesto. Ha dedicado más tiempo a elegir la ropa que iba a ponerse del que suele dedicarle. Por ningún motivo en particular. Lleva toda la semana yendo a visitarlo con el uniforme del colegio y
vaya, es su cumpleaños, aunque haya pospuesto la celebración hasta que a Chifuyu le den el alta. Incluso se ha recogido el pelo dejando sueltos los mechones de delante, por cambiar un poco. ¿No era Chifuyu el que estaba empeñado en que Baji hiciese algo especial ese sábado?
Pues ahí lo tiene.
—¿
Ah? ¿Prefieres que me vaya?
Se ha calzado sus botines favoritos, una camiseta negra que eligió dos tallas más grande para esos días en los que le apeteciese salir en pijama a la calle y un pantalón del mismo color, el cual su madre suele agenciarse con asiduidad; estrecho en los tobillos y con cadenas plateadas colgando de la cinturilla. A cambio, él le ha cogido prestado uno de sus abrigos más largos. Gris y con estampado de cuadros.
Tanto el pantalón de Baji como el abrigo de su madre forman parte de lo que han acabado denominando como
La Comunidad. Van de tiendas juntos, se fijan en la misma prenda, intercambian una mirada rápida y proclaman "esta es para
La Comunidad".
La Comunidad es, básicamente, toda la ropa que se compra uno de ellos pero que usan ambos de manera indistinta, porque (y no es por echarse flores,
pero) les sienta objetivamente
bien. A los dos.
Francamente, Baji se merece algo mejor que un "¿qué haces aquí?" después de haberse puesto
presentable.
Chifuyu se frota el ojo que no lleva cubierto por la gasa, como si quisiera convencerse de que no está soñando.
Baji pone los suyos en blanco, sacando de la mochila un par de libros de texto y varios cuadernos. Dejándolos junto a las flores, que ya han comenzado a marchitarse.
—Es tu cumpleaños, Baji-san —barbota el chico, cada vez más confuso—. ¿De verdad piensas pasarlo en un
hospital?
—¿Supone un inconveniente para ti? —le cuestiona con aire retador, tomando asiento a su lado—. Ayer quedamos en que lo celebraríamos cuando te diesen el alta, ¿no? En lo que a mí respecta, hoy es un día como otro cualquiera. Y para que te quedes tranquilo —añade, antes de que Chifuyu empiece a dorarle la píldora—, esta mañana desayuné con mi madre, y al terminar me reuní con Mikey y con los demás.
¿Por qué tiene que darle explicaciones? A saber. Simplemente se las da. Antes de que se las pida.
—¿Pudiste hablar con ellos? —inquiere Chifuyu, esbozando una sonrisa alentadora.
—Sobre asuntos de la pandilla, mayormente —aclara Baji—, pero les he... pedido
perdón por todo lo que he hecho —sigue dándole apuro utilizar términos que implican que ha dado su brazo a torcer.
No seas idiota. Es Chifuyu. Deja de hacerte el tipo duro delante de él—. No tienen ningún problema en esperar a que salgas de aquí para que podamos celebrar mi cumpleaños.
Espera a que Chifuyu se atreva a sugerir que no tendría que estar tomándose tantas molestias con él, pero el chico se limita a brindarle una de esas sonrisas con las que Baji nunca sabe qué hacer.
—Gracias, Baji-san.
Es como si le quedaran
grandes. Algunas de las sonrisas de Chifuyu. Como si no se las mereciera.
Que no te distraiga. Recuerda todo lo que tienes que decirle.Para ser alguien acostumbrado a no rendirle cuentas a nadie, Baji considera que le hace un resumen bastante decente de la conversación que tuvo con sus amigos hace unas horas.
—En definitiva —concluye, chasqueando la lengua—: Mikey tiene a Kisaki en un pedestal. Especialmente después de que el muy cabrón lo protegiese durante el enfrentamiento contra Valhalla. Me jode admitirlo, pero echarlo de la Tōkyō Manji (al menos ahora mismo) es prácticamente imposible.
—Era de esperarse —opina Chifuyu, recostándose contra los almohadones. Pensativo—. Ha blindado su posición al dar la cara por Mikey.
—Y que lo digas —bufa Baji, sin disimular su disgusto—. Incluso Draken y Mitsuya han comenzado a verlo con buenos ojos. Y yo no estoy en posición de mantenerme en mis trece. Soy un desertor, a fin de cuentas —dice, esbozando una sonrisa agria—. Por no mencionar que estoy en minoría respecto al resto de capitanes. Mi palabra no vale mucho en estos momentos. Tenemos suerte de que por lo menos estén de acuerdo en que Emma y el resto de las chicas deberían empezar a guardar las distancias.
Chifuyu se muerde el labio al escucharlo. Pensando en algo con lo que subirle la moral, probablemente.
—De todos modos, puede que nos convenga tener a Kisaki entre nuestras filas, al menos por ahora —intenta animarlo—. Perderle de vista podría ser peligroso.
Dios, cuánto extrañaba despachar esa clase de asuntos con él. Contar con su consejo. Con su opinión.
—Tienes razón —le concede Baji—. Podría ser peor. Además, Mikey y yo hemos pasado un rato negociando, y al final ha permitido que la mitad de los miembros de Valhalla que quieren unirse a nosotros queden asignados a la primera división —revela, aguardando la reacción de Chifuyu—. Nuestra división.
El chico se incorpora en la cama, sin dar crédito a sus palabras. Haciendo un mohín de dolor al contraer el abdomen.
Ten cuidado con los puntos, atontado. Baji tiene que refrenarse para no sujetarle las muñecas y echarle la bronca.
Ha llegado a la conclusión de que lo mejor que puede hacer cuando esté cerca de él es evitar los movimientos bruscos y no levantar la voz. Durante una temporada. O no. Quizá sea un cambio permanente. Ya lo decidirá más adelante, en función de la evolución de Chifuyu.
—¿Qué? —balbucea el chico, asombrado. Frotándose el vendaje—. ¿La
mitad? Baji-san, Valhalla era
enorme. Estaba compuesta por gente de Moebius y por la Fuerza Anti-ToMan —recapitula, pensando a toda velocidad—. Si nos quedamos con la mitad de ellos, tendríamos cerca de un centenar de miembros nuevos en la primera división —se pasa la mano por el pelo y luego por la boca. Mirándolo con detenimiento. Conteniendo el aliento con algo de recelo—. ¿Cómo lo has conseguido?
Baji busca una forma de suavizarlo. No la encuentra.
—Renunciando a la capitanía.
Durante unos breves instantes, ninguno de los dos dice nada. Chifuyu parece estar esperando a que conjure una de sus sonrisas burlonas y se desdiga. "No, en serio, lo que en realidad ha pasado es que...".
Nada.
Sentado en la butaca, Baji se inclina hacia adelante. Apoyando los codos en el colchón y la barbilla entre los brazos. Sosteniéndole la mirada a Chifuyu, que boquea un par de veces antes de volver a hablar.
—No puedes estar hablando en serio —apostilla, negando con la cabeza. Impactado y afligido a partes iguales—. ¿De qué sirve que le quitemos a Kisaki la mitad de su poder ofensivo si tú no estás ahí para...?
—No he dicho que vaya a irme de la primera división —repone Baji, con calma—. Lo único que he dicho es que he renunciado al puesto de capitán.
—¿Por qué lo has hecho?
Comienza a sonar incriminatorio. Enfadado. Chifuyu.
Enfadado. Puede que con Kisaki, por ponerlo contra las cuerdas y orillarlo a tomar una decisión tan drástica como esa. Puede que consigo mismo, por no poder impedirlo. Puede que con
él. Chifuyu Matsuno
enfadado con Keisuke Baji. Un espectáculo sin precedentes.
Resulta incomprensible. Que la pérdida de su posición sea más ofensiva para Chifuyu de lo que es para sí mismo. No es para tanto. Baji le propuso a sus amigos que fundaran la ToMan con el objetivo de que fuesen todos para uno y uno para todos. Mientras pueda estar con ellos, el rango le da lo mismo.
—Porque de no hacerlo, se habría desatado una guerra interna en la división más tarde que temprano —contesta, reprimiendo una sonrisa inoportuna ante el ceño fruncido de Chifuyu. Chifuyu
enfadado. Con
él. Es que es buenísimo—. Tenemos cerca de una veintena de hombres, y la mayoría de ellos me detesta por haberte dado una paliza —explica, sin pelos en la lengua. Sonriendo finalmente ante la mueca azorada de Chifuyu—. ¿Creías que no me había dado cuenta? Me consideran un traidor, Chifuyu. Y sé que tú lo sabes.
—¿Y qué si es así? —replica el chico, recomponiéndose rápidamente—. ¿No piensas demostrarles que se equivocan?
—¿Capitaneándolos a ellos y a un centenar de tipos a los que dejé tirados en mitad de la pelea de Halloween? —objeta Baji, enarcando las cejas—. Seamos francos: me he ganado la antipatía de un montón de gente durante las últimas semanas. Intentar aferrarme a una posición de poder con tantos enemigos dentro del escuadrón desestabilizaría a la pandilla —razona, enrollándose un mechón de pelo en el dedo—. Si Mikey ha accedido a cedernos el control de casi cien tipos es solo por dos motivos: el primero, que somos la unidad de ataque de la ToMan, y eso significa que necesitamos mayor fuerza de combate que otras divisiones, sobre todo ahora que hemos triplicado nuestros números —le explica—. Medio Tokio se nos va a echar encima, Chifuyu. Tenlo por seguro.
Ese es el argumento que ha esgrimido para que Mikey acceda a hablar con Emma y la convenza de que lo mejor que pueden hacer ella, Hina y las demás ahora mismo es evitar los lugares habituales de reunión de la ToMan.
Si bien pueden dar por sentado que las pandillas rivales van a someterles a un escrutinio riguroso de ahora en adelante, Baji ha omitido que lo más preocupante de todo es que tienen al enemigo en casa. Extremar las precauciones resulta esencial. No pueden confiar en nadie.
—Fenomenal —murmujea el chico, aún más frustrado que antes—. ¿Cuál es el segundo motivo?
—El segundo motivo es que nuestros actos deben tener consecuencias —repone Baji con simpleza—. ¿Qué imagen transmites a tus rivales si tienes una pandilla en la que uno de sus capitanes os da la espalda a todos, le tiende una emboscada a su vicecapitán y al regresar mantiene su cargo y
encima es recompensado con un aumento monstruoso en sus filas?
Chifuyu le clava la mirada. Abriendo y cerrando la boca con una expresión tan contrariada que, si las circunstancias fueran otras, Baji encontraría sumamente graciosa.
—No me tendiste una emboscada, Baji-san.
Ahí está. Esa
fidelidad que amenaza de muerte el instinto de preservación de Chifuyu, y que hace que Baji tenga que tragar saliva.
—Puede que no —le concede, torciendo la boca—, pero es lo que parece. Lo que
tenía que parecer para que me dejasen entrar en Valhalla.
—¿Quién va a ser el capitán de la primera división si tú renuncias al puesto? —le cuestiona Chifuyu. Cambiando abruptamente de tema con la mandíbula tensa. Como si nada le apeteciese menos que saber la respuesta a esa pregunta.
Baji se limita a mirarlo en silencio. Largamente.
Dejando que Chifuyu saque sus propias conclusiones.
El chico palidece progresivamente. Llegados a un punto, su tez comienza a adquirir una tonalidad rojiza muy similar a la del pelo de Smiley. Es como contemplar una cafetera a punto de explotar.
—No —estalla, por fin—. Me niego.
Acto seguido, sale de debajo de las mantas como una exhalación y se estira para alcanzar la muleta, poniéndose en pie. Baji rodea la cama antes de que se le ocurra hacer una temeridad de las suyas. Si aún tuviese conectada la vía, no le cabe duda de que se la habría arrancado de cuajo del brazo.
—Chifuyu...
Pero el chico ya ha echado a caminar hacia la puerta, mirándolo por encima del hombro una y otra vez, como si quisiera mandarlo al diablo pero algo se lo impidiera.
Nunca lo había visto así.
—Necesito que me dé el aire, Baji-san —masculla, saliendo al pasillo—. Puedes quedarte ahí hasta que vuelva o puedes acompañarme —que intente dirigirse a él sin perder los modales (estando tan cabreado) resulta hilarante—. A menos que prefieras irte a casa.
Debería agachar la cabeza y decirle que sí a todo. Sería lo más justo. Lo más limpio.
—¿A
casa? —contesta, siguiéndolo a través del corredor, hasta ponerse a su altura—. Es mi cumpleaños, Chifuyu. Me habían dicho que la fiesta estaba por aquí.
Por toda respuesta, el chico se detiene en seco, fulminándolo con la mirada, y Baji aprovecha esa brecha en sus defensas para arrebatarle la muleta y agacharse un poco, haciendo que el chico le pase el brazo por los hombros. El movimiento es tan repentino que Chifuyu da un respingo y vuelve a hacer
eso. Eso de cerrar los ojos y cubrirse las vendas con el brazo de manera instintiva.
Baji encaja el jarro de agua fría sin protestar.
Yo me lo he buscado. Procurando acostumbrarse a ese tipo de reacciones.
Mea culpa. Dándole tiempo para que se relaje contra él mientras las enfermeras pasan junto a ellos, mirándolos con extrañeza.
—Lo siento —termina disculpándose Chifuyu. Abatido—. Yo...
—No pasa nada —lo interrumpe, suavizando el tono. Chifuyu no tiene nada por lo que disculparse. Absolutamente nada. Baji no va a permitir que lo haga. Que se disculpe
con él, de entre todas las personas. Da un primer paso con el chico apoyado contra su costado. Ayudándole a mantener el equilibrio—. ¿A dónde quieres ir?

Los jardines del hospital están bastante concurridos a esa hora de la tarde. Chifuyu y él recorren el sendero de piedra que conecta unos edificios con otros mientras la brisa levanta del suelo aquellas hojas que el otoño ha arrancado a los árboles. Sumidos en un silencio moteado por las conversaciones que fluyen a su alrededor, y que Chifuyu rompe con un carraspeo.
—Tendrías que habérmelo consultado —dice con aspereza, manteniendo la vista en las verjas.
Baji es más alto que él, de modo que Chifuyu ha terminado pasándole el brazo por la cintura para poder sujetarse mejor. Es más cómodo de esa forma. Baji, por su parte, le ha rodeado los hombros con el suyo. Por si acaso se tropiece. Sostiene la muleta con el brazo libre.
Nunca había paseado con él de esa forma. Se le ocurre que si puede hacerlo es porque la apariencia de Chifuyu les proporciona la cobertura adecuada. Renquea al moverse. Además, las heridas y gasas visibles delatan que se trata de un paciente. Por no hablar de su vestuario: un conjunto blanco y abrigado de dos piezas de felpa, a medio camino entre ropa de cama y algo más deportivo.
Se pregunta cómo actuaría la gente que los rodea si Chifuyu estuviese totalmente recuperado. Si pudiera caminar por su propio pie y, en lugar de deambular por esos jardines, Baji y él estuviesen pasando la tarde en el centro de Shibuya. Solo ellos dos.
—Takemichi, tú y yo somos los únicos que conocemos las intenciones de Kisaki —repone, saliendo de su ensimismamiento y propinándole una patada a un guijarro—. A mí me tocaba dar un paso atrás, y Takemichi no tiene experiencia con pandillas tan grandes como la nuestra.
—Y solo quedaba yo.
No le gusta que suene como si Chifuyu fuese la opción por descarte. Sencillamente es la opción más
lógica. La
mejor.—Tienes un don para manejar a la gente con temperamento, y eres buen mediador
—responde, porque es la verdad—. Has demostrado ser capaz de tomar decisiones complicadas en momentos difíciles y, aunque se te da bien trabajar solo, has aprendido a formar parte de un equipo. A
dirigirlo. Eres
vicecapitán, Chifuyu —el chico resopla ante el término, hastiado—, y en cuestión de fuerza y de técnica podrías equipararte con Mitsuya.
—¿Verdad que sí? —inquiere el chico, señalándose a sí mismo con un ademán desdeñoso—. Ahora mismo incluso podría derrotar al hermano mayor de Hakkai. No hay más que verme.
Baji pone los ojos en blanco.
—Ya tendrás tiempo de ponerte en forma cuando salgas de aquí —le asegura, obligándose a ser indulgente con él. Debe serlo, teniendo en cuenta lo que le está pidiendo—. Además, la fuerza no es la cualidad más importante que debe tener un líder. Eso ya lo sabes.
Están discutiendo el día de su cumpleaños. Están
discutiendo, el cual es un concepto al que no están habituados, porque no suelen tener opiniones contrapuestas, pero de alguna forma esas diferencias hacen que puedan tratarse con la confianza de siempre. Y eso es algo que Baji anhela con locura.
—Lo sé, pero... —rezonga Chifuyu, apoyando el mentón contra el hombro de Baji. Refugiándose en él. Haciéndole sonreír contra su voluntad.
Eso es—. Ciento veinte desgraciados bajo mis órdenes.
Ciento veinte —se frota el párpado visible con la manga del jersey—. Va a ser un puto dolor de cabeza, Baji-san.
—Eso es verdad —concuerda Baji, determinado a no mentirle—, pero no vas a estar solo. Tendrás un vicecapitán, como yo os he tenido a ti y a Ryusei.
—No me hables de ese tipo, ¿quieres? —gruñe, arrugando la nariz con testarudez—. Además, ¿cómo que tendré
un vicecapitán? ¿No vas a ser tú? —el intercambio de rangos parece ser superior a sus fuerzas—.
Dios, qué raro se me hace.
—Quizá no sea lo más aconsejable —acota Baji—. Cuentas con la lealtad de los miembros actuales de la primera división, y la gente de Valhalla que se nos va a unir te admira por haber sobrevivido a la puñalada de Kazutora. Y por haber podido noquear a su número tres estando malherido —enumera, intentando no dejarse nada atrás—. Por no hablar de que fuiste capaz de pelear después de haber recibido una paliza tan solo unos días antes —se obliga a añadir, por mucho que le joda en el alma traer el tema a colación una y otra vez—. Todos saben que eres uno de nuestros mejores hombres. Deberías aprovechar la reputación que te has labrado —concluye, dándole un apretón afectuoso en el antebrazo—. Nombrarme vicecapitán podría empañarla.
—A la mierda la reputación —bufa, obcecado. Desentendiéndose—. Si voy a ser capitán por narices, nombraré a quien me dé la gana.
Madre mía. ¿Cuántas palabrotas lleva ya? Baji va a tener que empezar a contarlas. El poder lo está corrompiendo más rápido de lo que esperaba.
Sea como sea, no tiene pinta de que vaya a claudicar. Solo queda una baza.
—¿Qué hay de Takemichi? —sugiere—. Últimamente os habéis vuelto muy cercanos. Podría ser una buena opción.
Chifuyu tarda casi un minuto en volver a pronunciarse. No lo hace hasta llegar a un recoveco apartado en el que una ráfaga de corriente helada les revuelve el cabello, entre dos esquinas angostas y desiertas.
—Sería una buena opción —acepta, volviéndose hacia él con serenidad— si tú no estuvieras, Baji-san.
Chifuyu ha ladeado el cuerpo para poder mirarlo de frente, pero no lo ha soltado. Y Baji tampoco lo ha soltado a él. Sigue rodeándole los hombros (más estrechos y angulosos que los suyos) con el brazo, y el de Chifuyu continúa alrededor de su cintura. En esa posición, es casi como si se estuviesen dando un abrazo.
Casi.Nunca se han dado uno. Ni siquiera tras una victoria aplastante, o después de reencontrarse en la estación de metro al finalizar las vacaciones de verano que Baji pasó en el pueblo el año pasado, con su madre y sus abuelos. Baji no se ha detenido a pensar en ello. En si sería apropiado abrazar a Chifuyu, o en si es algo que le apetece hacer. Si Chifuyu querría.
—Eres un cabezota, ¿lo sabías? —se le ocurre decir. Tiene que inclinar un poco la barbilla para poder mirarlo directamente.
Sube la mano hasta su pelo para retirarle el flequillo de la frente. Tanteando el terreno. Escribiendo nuevas reglas que rijan la forma que Chifuyu y él tienen de relacionarse. De tratarse y
tocarse. Moviéndose con cuidado para no sobresaltarle.
—Aprendí del mejor.
Baji exhala un suspiro derrotado al encontrarse con esa sonrisa que resalta en medio de tez violácea y amarillenta, y que le indica que va por buen camino. Que a Chifuyu le
gusta esa clase de contacto, contrariamente a lo que cabría esperar de un chico de su edad, teniendo en cuenta que el contacto proviene de otro chico. Le
gusta que Baji le acaricie el pelo y sea considerado con él.
Le
gusta, y a él no le importa dárselo, si eso es lo que hace falta para preservar su sonrisa y hacer que su malestar cicatrice, hasta quedar reducido a un mal sueño.

De vuelta en la habitación, casi ha anochecido. Ambos se frotan las manos para entrar en calor. No es precisamente tarde, pero la estación en la que se encuentran ocasiona que los días se vuelvan más cortos. Que el sol se oculte antes, a buen recaudo bajo el manto de nubes encapotadas.
Baji lo acompaña hasta la cama.
"Métete en la cama, anda".
Eso había sido lo que le había espetado el día anterior. Una instrucción simple. Puede que fuese el tono que había empleado. Las connotaciones que su imaginación le ofrecía. También podía ser que
en fin, tuviese quince años. Y que Baji le gustara mucho. Demasiado para su propia salud. El caso es que Chifuyu no se lo quitaba de la cabeza. Ese "métete en la cama".
Agradece poder sentarse. Lleva un rato notando un hormigueo en las piernas que poco o nada tiene que ver con el esguince, ni con la falta de comida sólida en su dieta. Quiere pensar que ha logrado disimularlo, pero tampoco las tiene todas consigo.
—¿Tienes frío? —le pregunta Baji, subiéndole el edredón hasta el cuello—. Estás temblando.
OJO. Las dotes de observación de Baji podrían joderlo vivo.
Mucho ojo.—Sí. Un poco —asiente. La garganta seca—. ¿Qué hay de ti, Baji-san? Siempre has sido bastante friolero.
—Yo estoy bien.
Querría que la indignación con Baji por haberle adjudicado sin permiso la responsabilidad que acarrea ostentar la capitanía de la primera división le hubiese durado un poco más, pero su cuerpo había dejado de colaborar desde el instante en que el chico había sustituido a su muleta y se había pegado a su costado. Encajándose contra él como si fuera lo más natural del mundo.
Cuando le había retirado el flequillo del rostro, Chifuyu había temido que la sonrisa lo delatase. Porque no podía evitar sonreír. No después de tomar un poco de aire fresco con el brazo de Baji alrededor de los hombros. Pasando el día de su cumpleaños con
él, de entre todas las personas.
Además, por mucho que a una parte de él le aterra asumir el mando de tanta gente (especialmente sin estar a pleno rendimiento) y que le
moleste que Baji haya tomado una decisión como esa sin su consentimiento, otra considera un honor que no haya dudado ni por un instante en cederle la capitanía a él. Es todo bastante contradictorio, la verdad. Y un pelín frustrante. Esa dicotomía constante entre cómo se siente y cómo
debería sentirse. Concebir la idea de que Baji puede hacer cosas que le molestan, le
frustran o le disgustan.
Y seguir queriéndole.
Se supone que lo que siente por él no es recíproco. No del todo. Se
supone. Hay tantos matices con los que el chico le hace dudar que resulta casi agónico. Miradas. Roces.
Gestos. Gestos que hacen germinar esa
ilusión que creía que había empezado a dejar atrás.
—Con todo lo que ha pasado estos últimos días me había olvidado de traerte esto —dice Baji, sentándose junto a él y cabeceando hacia las libretas y los manuales que sacó de la mochila antes de que salieran al jardín—. Ayer me di un salto a tu aula para fotocopiar los apuntes que han tomado tus compañeros a lo largo de la semana. Uno de los chicos con los que sueles sentarte te ha dejado una nota con los deberes que han marcado —le explica, estirándose para coger uno de los cuadernos y extraer un folio doblado de dentro. Tendiéndoselo a Chifuyu, que lo mira de hito en hito—. Tu madre ya ha hablado con los profesores, pero he pensado que te gustaría tener una idea de lo que están dando en clase mientras guardas reposo.
El chico echa un vistazo a la hoja manuscrita. Volviendo a contemplarlo con incredulidad.
—Gracias, Baji-san —logra articular—. No tendrías que haberte molest...
—¿Quién me va a ayudar con literatura y matemáticas si tú te duermes en los laureles, eh? —bufa, chasqueando la lengua—. No puedes quedarte atrás con los estudios —dictamina.
—No lo haré.
—Bien —sonríe Baji, dándose por satisfecho—. Bueno, pasemos a lo verdaderamente importante —decide, pescando su maletín para extraer con cuidado un paquete circular envuelto en papel que deposita sobre el regazo de Chifuyu—. Pensaba abrirlo nada más llegar, pero tampoco hemos estado fuera tanto tiempo, ¿no? Y estamos a dieciséis grados —conjetura, despegando los trozos de cinta adhesiva—. Supongo que todavía sabrá bien.
Antes de que Chifuyu tenga la oportunidad de preguntarle a qué se refiere, Baji retira el último fragmento de celo, aparta el papel y deja al descubierto un pastel de nata diminuto, no más grande que dos puños juntos.
La capa superior de bizcocho está cubierta por fresas escarchadas en azúcar.
Vaya. Huele de maravilla. Constituye uno de esos pequeños milagros de la repostería que casi da pena comerse.
Espera.Espera un segundo.—¿Y esto? —grazna con voz débil.
—Esta mañana he ido a desayunar tortitas con mi madre —le recuerda, rebuscando en uno de los bolsillos del abrigo—, pero se ha puesto a dar la nota en medio de la cafetería y al final se me ha olvidado pedir un deseo al soplar las velas.
Ajá —sonríe triunfalmente, sacando un mechero y una única vela de forma cilíndrica—. ¿Preparado?
No.
O sí.
Preparado para
qué.Es decir, que Baji ha comprado el pastel más fotogénico de Tokio y lo ha traído hasta el hospital para pedir un deseo y compartirlo con él. El día de
su cumpleaños. ¿Eso es lo que está ocurriendo?
Juraría que sí.
—¿Y ya sabes lo que vas a pedir? —se aclara la garganta. Tartamudeando en el "ya". Fantástico.
Baji-san, puedo hacerme cargo de ciento veinte adolescentes conflictivos estando en muletas y todo lo que tú quieras, pero como sigas haciendo este tipo de cosas sin previo aviso me va a dar un infarto de miocardio. Y va a ser culpa tuya. Y vas a tener que enredar a otro pringado que esté dispuesto a ser capitán de división y que no esté pillado por ti, porque yo voy a dimitir.—Sí —contesta Baji, colocando la vela entre dos fresas y encendiendo el extremo con su mechero—. He tenido todo el día para pensarlo.
Acto seguido, va hasta el interruptor y apaga las luces, provocando que la estancia se quede sumida en penumbras, a excepción de la llama que titila sobre la reducida explanada circular de nata y fresas, alumbrando el rostro de Chifuyu con una luminosidad tenue y anaranjada.
Baji vuelve junto a él a tientas. Tomando asiento al borde de la cama. Expectante.
—Qué —se encuentra preguntándole Chifuyu.
Entre sombras, los ojos de Baji parecen aún más rasgados de lo que ya son. Como los de un gran felino.
—¿No me vas a cantar? —le sonríe. Los caninos asomando—. Seguro que se te da mejor que a mi madre.
¿Cantar?—¿Cantar?
No ha debido escucharlo bien.
—Venga ya, Chifuyu —insiste, cabeceando hacia la vela—. A este paso se va a derretir.
YO SÍ QUE ME VOY A DERRETIR. GRACIAS POR NADA.Lo peor de todo es que sí que canta. Bajito. Mirando hacia la puerta, por si viene alguien. Más rápido de lo debido, para así poder terminar cuanto antes. Entonando lo mejor que sabe, porque tampoco puede llevar a cabo una actuación mediocre en una fecha tan señalada como esa.
A Baji parece bastarle. Cuando Chifuyu despega la vista de la puerta y lo mira a los ojos, está
arrebatador con todos esos collares. Los mechones negros y lacios enmarcando el rostro afilado.
A Chifuyu le falla la voz en la última sílaba. Lo cual parece resultarle gracioso, porque se ríe. A un volumen apenas perceptible, pero se ríe.
—Feliz cumpleaños, Baji-san —murmura, registrando el temblor leve y familiar que se expande por sus dedos en momentos como ese. La punzada en el centro del pecho.
Puede que no haya dejado de esperar, después de todo.En cuanto Baji sopla el cirio, todo se queda a oscuras. Al otro lado de la puerta, incluso el trasiego del personal médico parece insonorizarse.
Lo siguiente que Chifuyu percibe es la respiración del chico haciéndole cosquillas en la oreja. La sensación de que el mundo se detiene y el tiempo fluye solo para ellos dos.
—Gracias —le escucha decir, risueño y grave—,
capitán. 
NdA: ¡hasta aquí el capítulo de hoy! ¿Qué te ha parecido? A título personal, tenía muchas ganas de publicarlo c:
Me gustaría hacer una aclaración: todo aquel que me haya leído antes sabe (o intuye) que el DraKey es una de mis OTPs de
Tokyo Revengers. Sin embargo, este fic es un regalo para una amiga que shippea a Mikey con Kazutora y a Draken con Emma, y cuando empecé a escribirlo decidí que (en la medida de mis posibilidades) me ceñiría a sus preferencias, por eso de que cuando regalamos algo hay que procurar que sea del agrado del destinatario. Por esa razón y, a pesar de que el DraEmma es mi NOTP, procuraré meter alguna pincelada sobre ellos. Asimismo, intentaré darle un poco de espacio al MaiTora. Lógicamente, entiendo que estas ships puedan no gustarte y que prefieras saltarte aquellas partes en las que se hace mención a alguna de ellas (es lo más natural del mundo), pero no es necesario que me avises siempre que vayas a hacerlo o que me digas que tus preferencias son otras, ya que a la larga son comentarios que se amontonan y que generan un poco de desazón.
No sé, imagina que preparas un pastel de limón para alguien muy querido porque sabes que es su favorito y que, durante su cumpleaños, hay gente que se te acerca solo para decirte que habrían preferido que lo hicieses de chocolate (cuando podrían limitarse a no probarlo, porque sobre la mesa hay muchos otros platos). Y encima el de chocolate también es tu preferido, pero tú sabías que a esa persona especial le haría más ilusión que fuese de limón. ¿Me explico? LO SIENTO, NO SÉ EXPLICAR LAS COSAS SIN USAR METÁFORAS REPOSTERAS JAJAJA
Pues eso. Llevaba un par de semanas queriendo comentarlo; disculpa que me haya enrollado tanto 'u' ¡Nos leemos pronto! Espero poder actualizar a finales de mes <3